La cosmovisión ralámuli es de gran trascendencia para su autodefinición como
cultura. El que no hace la fiesta no es ralámuli. Para serlo hay que trabajar, porque
la fiesta también es trabajo, es una manera de cumplir con sus antepasados y así
mantener sus tradiciones.
Para los ralámuli, la tierra es donde los pusieron los anayáwali (los antepasados);
es “prestada”, razón por la cual hay que trabajarla y respetarla. Toda la naturaleza
es digna de respeto y hay que tratarla con amor, con el mismo amor con el que los
es digna de respeto y hay que tratarla con amor, con el mismo amor con el que los
onolúame o riosi (o anayáwali) cuidan a los ralámuli.
Las fiestas de los tarahumaras pueden dividirse en dos grandes grupos: las que
realizan en los templos católicos o riobachi, construidos a partir de la Colonia, y las
que hacen en sus casas, llamadas también fiestas de patio o awílachi.
Las fiestas son la base para la reproducción social, la manera de mantenerse
como grupo. Son también parte importante de su principal forma de ayudarse. En
el kólima, que es un intercambio comercial, resulta una obligación dar cuando
alguien está pidiendo ayuda. Es en las fiestas donde se casan, se forman las
parejas y se construyen sus redes de parentesco. Es ahí donde se resuelven los
problemas de la comunidad, donde las autoridades, como el gobernador, el
segundo gobernador, el comisario ejidal y el comisario policía dan el nawésali:
discurso en el que de forma muy solemne y durante varios minutos, recuerdan a la
gente lo que significa ser un buen ralámuli.